El
liberalismo a fin de siglo: Desafíos y oportunidades
por Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa es escritor y ex candidato a la
Presidencia de la República del Perú.
Este texto es una transcripción de su discurso en
conmemoración del décimo aniversario de la Fundación Libertad. Dado en el
Teatro El Círculo de Rosario, Argentina, el 6 de junio de 1998.
Señor Gobernador, señoras, señores, queridos amigos. He
pedido que enciendan las luces del teatro para realmente estar seguro que hay
tanta gente como la que estoy viendo. Lo veo y todavía no me lo creo, a pesar
de que ya en mi primera visita a Rosario fui beneficiario de esa extraordinaria
generosidad de los rosarinos que acuden multitudinariamente a escuchar a un
escritor. Créanme que eso no ocurre en muchas partes en el mundo y que, aunque
fuera solo por eso, mi deuda de gratitud con esta ciudad sería enorme. Lo es
también por la magnífica labor que realiza la Fundación Libertad, que está
cumpliendo estos días sus primeros diez años de vida. Debe ser un motivo de
orgullo para Rosario que una institución como la que dirige con ese entusiasmo
volcánico y contagioso Gerardo Bongiovanni haya nacido y se desarrolle en esta
ciudad. Es una institución enormemente valiosa, que trabaja en el campo de la
cultura promoviendo las ideas de la libertad.
Esas ideas, en este fin de siglo, en este fin de milenio, han
ganado un espacio muy grande en el mundo, aunque, seguramente, si hacemos un
balance entre los países que gozan gracias a esas ideas de libertad, de mejores
condiciones de vida, de mayor respeto para los derechos humanos, y los países
que por falta de libertad se encuentran empobrecidos y maltratados,
desgraciadamente, el balance sería negativo. Sin embargo, no debemos caer en el
pesimismo, la verdad es que hay razones que justifican un prudente, un moderado
optimismo desde la perspectiva de la libertad. Así lo creemos los liberales,
aquellos que, como Gerardo Bongiovanni y sus amigos de la Fundación Libertad,
como esas ochenta personas, economistas, escritores, sociólogos, se han reunido
para festejar este cumpleaños y así hay muchas personas en el mundo que nos
sentimos profundamente identificados con esas ideas y que nos reconocemos bajo
el común denominador de liberales.
El liberal
Esta es una etiqueta que, últimamente, no tiene buena prensa.
En muchas partes del mundo, incluida la Argentina, a los liberales ni siquiera
se nos llama lo que nosotros somos, sino que se nos llama más bien
“neoliberales”. Se nos ha añadido esta partícula, la partícula de “neo”, es una
partícula que no significa absolutamente nada, pero que es una manera muy sutil
de devaluar lo que somos, de desnaturalizarlo y de caricaturizarlo. La idea del
neoliberal es la idea de un ser algo incompleto, de un ser que no acaba de ser
del todo lo que pretende ser, de un ser escurridizo, incompleto, algo que de
por sí produce frustración, desconfianza e incluso temor; y como estoy seguro
ustedes saben muy bien, hay desde distintas trincheras políticas una ofensiva
muy grande contra el llamado neoliberalismo, algo que yo no se qué cosa es.
El liberalismo me interesa mucho, y me considero un liberal.
Si ustedes le preguntan a estos ochenta liberales que se han reunido en Rosario,
“¿que cosa es un neoliberal?”, estoy seguro que les van a responder lo mismo
que yo: pues no se que cosa es un neoliberal. Yo no conozco a ningún
neoliberal, conozco sí muchos liberales y conozco muchas personas que no son
liberales, pero a un neoliberal yo no lo he conocido nunca y estoy seguro que
no lo voy a conocer simplemente porque no existe. Y el neoliberalismo no se qué
cosa es; el neoliberalismo es, en artículos, en discursos, en conferencias,
presentado como el responsable de muchos estragos que está experimentando, que
ha experimentado la humanidad.
El neoliberal es el responsable de esa otra fórmula para
devaluar semánticamente, mediante la irrisión, una idea. El “capitalismo
salvaje” es esa otra formula que ustedes, seguramente, se la encuentran
constantemente. El “capitalismo salvaje”, es decir, un sistema egoísta,
materialista, despojado de toda dimensión espiritual y ética que solo persigue
el beneficio económico y que, para conseguirlo, está dispuesto a arrollarlo
todo, la humanidad, a los demás —la dignidad de los demás— creando un mundo de
egoísmo, de individualismo, que puede llevar a la humanidad a crear un mundo de
una minoría de privilegiados y de enormes masas de desposeídos, de despojados,
de seres maltratados por ese sistema monstruoso: el capitalismo salvaje,
respaldado, defendido por los neoliberales.
Yo quisiera hacer una reflexión sobre lo que en realidad
somos nosotros. No somos esos seres tan crueles, tan salvajes, tan
materialistas, interesados solo en el beneficio económico de las empresas
capitalistas. No, los liberales somos unos ciudadanos que si ustedes escarban
un poco van a encontrar que tienen enormes discrepancias entre sí. Quienes
asistan a los debates que estos días ha organizado la Fundación Libertad van a
descubrir que los liberales tienen algunas ideas en común y muchísimas otras en
discrepancia y que, además, debaten entre sí con brío y animosidad. Pero sí
tenemos un denominador común y es un concepto, una idea, un valor, que aparece
en la palabra libertad. “Liberales” viene de libertad, y de libertad sé que se
han escrito verdaderos mares de tinta para explicar esa palabra. Un gran
liberal que ha muerto relativamente hace poco, Isaías Berlín, en un ensayo muy
hermoso sobre la libertad, dice que él detectó cuarenta y siete definiciones
distintas de lo que es libertad, y seguramente hay muchas más.
Pero con la libertad ocurre algo: a pesar de la variedad y
disparidad de definiciones que pretenden capturarla y expresarla
conceptualmente, algo muy simple, cualquiera, la persona más desinformada en
términos de filosofía, de economía política, sabe lo que es libertad cuando
tiene que experimentar en carne propia la falta de libertad. No necesita
ninguna definición, no necesita que vengan los filósofos para explicarle con
multitud de citas eruditas lo que es la libertad, cuando vive en una sociedad
que ha sido privada de libertad, cuando, por ejemplo, no tiene una información
confiable sobre lo que ocurre porque los periódicos le ocultan la verdad o le
mienten descaradamente, porque no pueden hacer otra cosa, porque están
sometidos a un sistema que los obliga a desinformar, a callar la verdad o a
mentir descaradamente. Saben que la libertad no existe cuando no pueden moverse
a donde quieren sin pedir unos permisos que a veces se les niegan. Cuando no
pueden practicar una fe, una creencia. Cuando no pueden protestar contra
aquello que los ofende o los irrita o les parece que debería cambiar. Quienes
padecen esas distintas formas de opresión saben perfectamente lo que es libertad
aunque no tengan a flor de boca una definición coherente, y saben que la
libertad es una cosa preciosa y hermosísima y lo saben cuando no la tienen,
cuando la añoran y cuando descubren a través de esa ausencia de libertad lo
importante que es para llevar una vida soportable, una vida decente, que en una
sociedad haya libertad.
Bueno, esa libertad es algo que no existió siempre. La
libertad apareció solo en un momento de ese largo transcurso de la civilización
humana que está detrás de nosotros. En la historia de ningún pueblo, de ninguna
sociedad, la libertad estuvo en el punto de partida. No, lo que estuvo fue la
opresión, lo que estuvo fue una autoridad que decidía, en nombre de los demás,
lo que convenía y lo que no convenía a los seres humanos. Los seres humanos
fueron, tradicionalmente, en todas las civilizaciones, esclavos de un poder, de
una fuerza que tenía a veces la justificación simplemente de la violencia; en
otros casos la justificación de la religión, de una fe, de una creencia que dotaba
a una persona de un poder absoluto sobre los demás.
Pero la libertad solo aparece mucho después, ¿y cómo aparece?
Yo quisiera hablarles, muy brevemente, de dos personas que nosotros los
liberales admiramos mucho, dos personas que a mi me gustaría que los jóvenes
—veo con mucha alegría que hay muchos jóvenes aquí esta noche, en este teatro
atestado— me gustaría que se acercaran a esas dos personas, que ojearan un poco
lo que escribieron y vieran cómo la libertad apareció en un momento en la
historia y cómo su presencia, su actuación en el marco de la historia, cambió,
transformó profundamente, la vida de los seres humanos; y que, si escarbamos un
poco, en las raíces de todas las cosas buenas que nos pasan, de todas las cosas
buenas que tenemos, tenemos muchas malas cosas en la vida, creo que eso vale
para todos los que están aquí presentes acompañándome esta noche, pero, todos
tenemos algunas cosas buenas. Si ustedes examinan y reflexionan un poco el
origen de esas cosas buenas, van a ver que en su raíz está la libertad, esa
libertad que nació en algún momento en la historia.
Un señor escocés
Yo quisiera que me acompañaran en una excursión en el tiempo
y en el espacio. Vamos al siglo XVIII, el famoso siglo de las luces, el siglo
de la razón, el siglo de la Ilustración y vamos a Escocia, ahí en ese norte
brumoso y frío, y vamos no a Edimburgo, no a Glasgow, vamos un pueblecito muy
pequeñito, casi perdido, que se llama Kirkcaldy. Ahí nació en el siglo XVIII un
señor que se llama Adam Smith, un señor de una familia más bien modesta, un
muchacho que desde muy niño fue muy despierto y con una curiosidad insaciable,
voraz.
Desde muy pequeño en la escuela demostró dotes para el
estudio, para apoderarse de los conocimientos que se ponían a su alcance, y por
eso fue becado y pudo salir de la escuela de su pueblo e ir a colegios que eran
ya muy respetables intelectualmente en su tiempo. Fue a Oxford, estuvo después
en la Universidad de Glasgow, y ahí demostró, realmente, un talento excepcional
para el estudio. Esa curiosidad en su caso se tradujo pues en investigaciones
sobre disciplinas muy diversas. Cuando era muy joven, escribió un tratado de
astronomía. Esa fue su primera vocación, parecía que iba a dedicarse al estudio
de los astros. Le interesaba también mucho la moral, la ética. Ustedes habrán
oído mucho que los liberales son gentes que carecen de moral, que lo único que les
interesa es el beneficio económico, pues este señor del que les estoy hablando
—y si hay un liberal en la historia es este señor— le interesó tanto la ética
que dedicó buena parte de su vida a estudiar el problema de la ética en la
sociedad y en el individuo, y escribió un voluminoso tratado de moral, esa fue
la obra que de alguna manera consolidó su prestigio universitario. No se
contentó con tener una vida académica, su curiosidad no le permitía estar
aprisionado allí en un claustro universitario, y por eso aceptó ser tutor de un
joven noble, rico, a quien acompañó por Europa, fundamentalmente por Francia,
que vivía un momento de gran esplendor cultural. Ese viaje este señor, este
escocés, lo aprovechó maravillosamente, conversando, averiguando interesándose,
por todo lo que ocurría en el campo del pensamiento, de la cultura en la
Francia dieciochesca, y luego regresó a Escocia y se metió en ese pueblecito
que se llama Kirkcaldy, un pueblecito muy bonito, muy pintoresco y pequeñito.
Yo hice el viaje a Kirkcaldy, a seguir las huellas, a ver qué
quedaba de Adam Smith en Kirkcaldy, y me lleve una gran sorpresa: casi nadie
sabía quién era Adam Smith, el más ilustre personaje nacido en ese pueblo. Sus
comprovincianos no lo conocían. Por fin encontré la casa, pero la casa había
desaparecido hace muchos años y había en una especie de corralón una pequeña
plaquita donde decía: aquí estuvo, aquí vivió muchos años Adam Smith y aquí
escribió su libro sobre la riqueza de las naciones. Encontré también que en el
museo de Kirkcaldy, un pequeño museo donde hay objetos de distintos personajes
ilustres, lo único que había de Adam Smith era un tintero y una pluma. A mí me
emocionó mucho ver ese tintero y esa pluma con las que él trabajó 10 años;
estuvo 10 años metido ahí trabajando en un libro para tratar de encontrar una
respuesta a una pregunta que a él lo había obsesionado desde joven: ¿por qué
algunas sociedades son ricas y otras son pobres?
Hombre del siglo XVIII, hombre ilustrado, él no creía que
había razas superiores, razas inferiores; en absoluto, él estaba convencido que
todos los seres humanos tienen las mismas disposiciones. Pero si es así, ¿por
qué algunas naciones parecen condenadas a vivir en la pobreza, en la
ignorancia, en el atraso, y otras como por ejemplo pues Inglaterra, Escocia,
Francia, habían alcanzado ese nivel extraordinario de desarrollo? Esa
curiosidad él quiso explicarla racionalmente y durante 10 años estuvo
investigando, leyendo, viajando, consultando, para averiguar cómo nacía la
riqueza. De eso resultó ese libro, que es como una biblia. No tenemos biblia,
pero es como una biblia para los liberales, porque es un libro que explica el
origen de la riqueza, es un libro fascinante, es un libro que pueden leer
incluso los profanos como yo que no entienden de economía, es un libro que es
una especie de manual de todos los conocimientos de la época. Ahí no se habla
solo de economía, se habla también de historia, se habla de lo que se llamaría
después astrología, las conductas, las costumbres; es un libro riquísimo,
realmente, que por momentos se puede leer como una verdadera novela.
Un sistema que surge espontáneamente
Ahí él va explicando ese extraordinario mecanismo que nadie
inventó, que no esta patentado por ningún individuo, sociedad, gobierno o país,
que es el que está detrás de la riqueza, detrás de la prosperidad, aquello que
ha impulsado a ciertas sociedades a unos niveles fantásticamente adelantados en
relación al resto de la sociedad y del mundo y que descubrió Adam Smith. Él
descubrió que un país es más prospero mientras menos interviene el gobierno en
la creación de la riqueza. Eso va contra todo lo que naturalmente tendemos a
pensar: Una sociedad en la que el gobierno no interviene, no se preocupa para
nada de cómo surge la riqueza, pues debe ser un caos; eso debe ser
absolutamente un desorden, si no hay alguien que piensa por nosotros y dice:
“de esta manera es como debemos actuar para que haya prosperidad, para que haya
escuelas, para que haya transporte, para que haya vestido”. No, él descubrió
que es exactamente lo contrario; descubrió que mientras menos interviene un
gobierno, mientras deja más en libertad a los individuos para que a través de
su esfuerzo, de sus competencias, de sus aptitudes traten de materializar sus
ideales, sus metas y puedan hacerlo dentro de un sistema de gran libertad —pero
sí, de competencia, donde puedan, realmente respetando unas ciertas leyes que
impiden que algunos tengan un monopolio, una exclusividad en determinado campo,
en determinada área de la producción— entonces la riqueza surgía de una manera
mucho más veloz, mucho más intensa que en las sociedades donde los gobiernos
decidían qué es lo que debía hacer cada cual para que hubiera productos, para
que hubiera riquezas.
Él descubrió que había un sistema que surgía naturalmente,
espontáneamente, de esa libertad que gozaban ciertas sociedades para producir,
que dejaban a sus ciudadanos actuar libremente simplemente dentro de un sistema
de reglas que garantizaban la equidad, los derechos de todos de incurrir a ese
mercado, a poner en marcha sus aptitudes para materializar sus anhelos, y que,
por el contrario, mientras un gobierno intervenía más, mientras un gobierno
reglamentaba, regulaba, establecía condiciones, prohibiciones, obligaciones,
entonces ocurría exactamente lo contrario de lo que aquellos gobiernos
pretendían: en lugar de estimular la creación de la riqueza, la trababan y
provocaban una especie de desaliento, de apatía, la gente no se sentía
absolutamente estimulada a hacer aquello que los inteligentes, los sabios que
gobernaban habían decidido que hicieran.
Entonces Smith dijo, lo que hace crear la riqueza es ese
sistema que él llamó mercado. Dijo que ese sistema creaba un orden que es mucho
más firme, más arraigado, más sólido, más estable, que aquellos órdenes que
pretendían imponer los gobiernos mediante la coacción, mediante la coerción, y
que ese era el secreto de la riqueza de las naciones ricas, de la naciones
prósperas, de las naciones adelantadas. Dijo que había como una mano invisible
en esos sistemas de libertad para crear riqueza, que creaba ese orden y que ese
era el orden de la prosperidad y era también el orden del progreso; que gracias
a eso se enriquecían las técnicas, se enriquecían las industrias, se enriquecía
el comercio y que eso traía una prosperidad que favorecía al conjunto de la
sociedad. Desde luego, había algunas personas que tenían mucho más éxito que
otras, pero el éxito de esas personas era un éxito que revertía siempre sobre
los demás, porque era un éxito que resultaba de la satisfacción de las
necesidades de las demás personas.
Él hace un gran elogio del empresario. Para Smith sí hay un
héroe en la sociedad: es el empresario, es ese hombre alerta que detecta cuáles
son aquellas necesidades, apetitos, urgencias que debe satisfacer la sociedad,
entonces se adelanta y produce aquellos servicios, aquellas mercancías,
aquellos productos. Y entonces tiene un éxito, y ese éxito de ninguna manera es
para avergonzarse de él, por el contrario, es un éxito que viene a refrendar como
un premio, un servicio que ha prestado el empresario a la comunidad. El héroe
de este libro que se llama Investigación sobre la naturaleza y la causa de la
riqueza de las naciones, es el empresario. De ninguna manera se resta meritos a
los agricultores, a los campesinos, a los artesanos. Pero el empresario aparece
como el gran promotor, como la locomotora que arrastra detrás de sí al conjunto
de la sociedad en la creación de la riqueza.
Bueno, ese es uno de los personajes que nosotros admiramos,
los liberales, y que nos ha convencido de la importancia de la libertad de
mercado, ese mercado libre que nosotros nunca hemos tenido. Nosotros nunca
tuvimos ese mercado libre que describe Adam Smith, que llegó a funcionar, no de
una manera absolutamente perfecta, pero sí muy próxima a lo adecuado, a lo
conveniente. En el país, en el mundo nuestro no funcionó jamás y esa es una de
las razones por las que, en comparación con otras sociedades, nosotros hemos
sido mas pobres. Esa es una de las creencias, esa es una de las ideas que
defendemos nosotros los liberales. Nosotros queremos que las sociedades sean
prósperas, no queremos que haya pobreza, que haya miseria y para eso defendemos
la libertad económica; no para que ciertos grupos privilegiados se enriquezcan,
sino para que el conjunto de la sociedad alcance unos niveles de vida decentes
y haya un sistema que premie a cada cual de acuerdo a su talento, a sus
esfuerzos, a sus competencias.
Unas palabras más sobre estas ideas de Adam Smith, las cuales
junto con las de otros pensadores de su tiempo, fueron decisivas para que en el
siglo XIX, pocos años después de que apareciera esta obra magistral y la tierra
viviera la experiencia de la revolución industrial, de esa prodigiosa
movilización de energías creativas que puso a Gran Bretaña, pues, a la cabeza
del desarrollo mundial, de tal manera que pasaron la prueba de la realidad.
¿Cómo nace la opresión?
Ahora quiero que demos un salto en el tiempo, sobre ese siglo
XIX, y vamos a los umbrales del siglo XX. Trasladémonos de Escocia a una gran
ciudad europea, a Viena, que era todavía la capital del imperio Austro-Húngaro,
porque estamos en 1900. Viena era una ciudad maravillosa, de música, de
filósofos, de artistas. Era una de las grandes capitales europeas. En esa ciudad
nació, justamente, en ese umbral del siglo, un personaje que también admiramos
los liberales: Karl Popper. Pertenecía a un familia judía de clase media y era,
como Adam Smith, una persona que desde niño demostró una gran pasión por el
saber, por el estudio. Una curiosidad que lo llevó desde muy joven a explorar
ciertos campos del conocimiento, principalmente, la filosofía y, en especial,
la filosofía de la ciencia. Tenía una gran pasión por la ciencia y por los
conocimientos generales, y aunó estas dos vocaciones en los años
universitarios. Todo parecía indicar que Karl Popper iba a ser un filósofo de
la ciencia, que iba a tener una vida académica y que iba a ser un sesudo —y
quizá algo abstruso— profesor de libros de filosofía y libros de ciencia.
Pero la historia empezó a provocar uno de los terribles
traumas de los que está lleno ese siglo que termina, esos traumas terribles,
atroces que destrozaron centenares, miles de vidas de familias en la Europa de
las primeras décadas de este siglo y entre ellas, pues, a Karl Popper. Cuando
surgen los fascismos, cuando surge el antisemitismo, que echa cuerpo en Viena
con tanta fuerza como en Alemania y como en muchas otras ciudades europeas,
Karl Popper, este joven profesor con su vida amenazada, tuvo que huir, y va al
otro lado del mundo, hasta Nueva Zelanda, donde encuentra un trabajo como
profesor en una escuelita pequeña. Ahí, este hombre que había pensado dedicar
su vida a un conocimiento más bien académico, general, abstracto, de pronto se
encuentra que es víctima de una monstruosa injusticia histórica. Ha sido
desarraigado de su país, de su sociedad, aventado al otro lado del mundo con
esa fuerza monstruosa que es el fascismo, una fuerza que está avanzando de una
manera que parece imparable por Europa y entonces dice: “Yo tengo que hacer
algo. Yo no puedo quedarme con los brazos cruzados. Yo tengo la obligación
moral de actuar. Pero, ¿qué puedo hacer? ¿Yo qué sé hacer? Yo sé pensar, yo sé
leer, yo sé estudiar. Bueno, entonces, pues yo voy a combatir el fascismo,
pensando, escribiendo”.
Y entonces durante cinco años se dedicó —como Adam Smith a
responder la pregunta de cómo nace la riqueza de las naciones— a responder otra
pregunta: ¿Cómo nace la opresión? ¿Cómo es posible que un país como Alemania,
el país más culto de Europa seguramente en ese momento, un país que ha dado los
filósofos más admirables, los músicos más extraordinarios, un país con un
altísimo nivel de educación , un país enormemente próspero, ¿cómo puede
producir una barbarie semejante como el nazismo, un movimiento absolutamente
irracional que está dispuesto a eliminar un pueblo entero, únicamente por
razones racistas?
No es el único caso de opresión, de horror político social en
el mundo. Junto a Alemania está la Unión Soviética, otra forma igualmente
monstruosa de opresión, algo que ha caído sobre un país que desde luego no
tiene en esos momentos los niveles culturales de Alemania, pero que es un país
que, parcialmente, se ha desarrollado, tiene una elite altísima y, sin embargo,
está viviendo la experiencia de un horror equivalente al de la Alemania nazi.
¿Por qué nace eso? ¿Cómo nace eso? ¿Cómo ha sido posible que en este siglo, que
parece haber derrotado a tantos enemigos de lo humano, surjan experiencias tan
devastadoras e inhumanas como las del comunismo y del fascismo?
La explicación está en el libro, que es otro libro que para
nosotros los liberales es también una especie de biblia, un libro que también
exhorto a los jóvenes que me escuchan a que ojeen. Estoy seguro que si
comienzan a ojearlo, no podrán dejar de leerlo hasta el final. Es un libro
hermosísimo, es un libro que nos enriquece extraordinariamente la visión de la
historia, la visión de lo que es la libertad y de lo que es la falta de
libertad y de dónde viene. Nos ilustra de una manera tremendamente inquietante
qué viene del fondo de nosotros mismos, algo que ninguno de nosotros —incluso
aquellos que parecen estar más en la vanguardia de la defensa de la lucha por
la libertad— esté exento de aquellas semillas, de aquellas raíces que en otras
personas, que en ciertas sociedades, han germinado de tal manera como para
producir el comunismo y el fascismo y que encuentra Karl Popper en este libro
que se llama La sociedad abierta y sus enemigos. Encuentra que, a lo largo de
la historia, quienes han contribuido más a dar una legitimidad intelectual y
moral a los fascismos, a los marxismos, o a esas fuerzas que con nombres
diferentes representan distintas formas de opresión, son los intelectuales, son
los pensadores, son los sabios; gentes que estaban dotadas de una inteligencia
a veces excepcional, que tenían un riquísima cultura, han sido capaces de
diseñar unos modelos teóricos que están detrás de esa fuerzas que provocan pues
las catástrofes que ya sabemos provocaron a lo largo de todo el siglo XX.
¿Qué descubre él? Descubre que detrás de los totalitarismos,
es decir, de estas fuerzas irracionales que acaban con la libertad, está
siempre el colectivismo, está siempre la idea de que el individuo no existe
sino como parte de una tribu, que el individuo no es sino un sinónimo de una
colectividad. Detrás de todas las teorías, que pueden ser muy distintas, muy
adversarias entre sí, como la teoría del marxismo, la teoría del fascismo, hay,
sin embargo, un común denominador: la idea de que un individuo por sí mismo no
vale nada, no constituye un valor, el valor está en esa entidad gregaria que es
la que da su justificación y su fundamento al individuo.
Por ejemplo, para el fascismo esa entidad gregaria es la raza
y la nación. Yo soy un ario, yo soy un alemán, yo existo; yo no soy un ario, yo
no soy un alemán, yo tengo una categoría inferior, distinta, dentro de lo humano
y si yo soy un judío simplemente no soy humano. Si yo soy un marxista, como
individuo yo existo en función de mi clase social; es la clase social a la que
pertenezco la que me da mi sustancia, mi consistencia, mi realidad. Yo no puedo
explicarme a mí mismo, yo no puedo existir separado de esa clase social. Popper
descubre que a lo largo de toda la historia a veces ha sido la religión: yo
existo en función de mi religión; es mi religión la que me da el ser. Separado
de mi religión yo no puedo existir y por lo tanto yo no puedo separarme de mi
religión. Separado de mi clase social no puedo existir. Separado de mi nación
no puedo existir, y por lo tanto yo no puedo separarme de mi nación.
Él descubre que detrás de ese colectivismo, de esa tendencia
a explicar al individuo en función de lo colectivo, de lo gregario, está
siempre la opresión, y que, por el contrario, la libertad—esa cosa
misteriosa—surge en la historia en el momento en que la tribu, palabra clave en
la filosofía de Karl Popper, desaparece, se desintegra del individuo. Ahí nace
la libertad. Cuando yo ya no dependo de mi sociedad, de mi clase, de mi
religión, de mi lengua para explicarme, para existir, sino que existo por mí
mismo y puedo elegir mi manera de ser, el trabajo que voy a hacer, mi manera de
creer, puedo elegir a mis dioses, en ese momento surge esa cosa misteriosa,
extraordinaria, riquísima que es la libertad. Popper descubre que las
sociedades que permiten que los individuos tengan esa soberanía individual, ese
espacio para elegir lo que quieren hacer, son las sociedades libres, las
sociedades que llama abiertas, las sociedades donde el héroe, el protagonista,
no es la clase, la raza, la nación, sino el individuo soberano; que la libertad
es inseparable de la idea individual.
En ese fascinante libro se sigue a lo largo de la historia
empezando por Platón y terminando por Marx, aquellos grandes filósofos,
aquellos grandes pensadores que han sido los grandes enemigos de la libertad,
porque han justificado distintas formas de colectivismo como un valor supremo,
como un valor que pretendía terminar con el individuo y justificarlo, hacerlo
existir en función exclusivamente de su pertenencia a un colectivo. El sistema
surgido en torno a la idea del individuo como un valor supremo dentro de una
sociedad, es la democracia, esa democracia que es la que garantiza lo que se
llama la libertad política y esa es la otra cara de la libertad que los
liberales defendemos, exactamente, como defendemos esa libertad económica que
descubrió Adam Smith que está detrás, como motor de la prosperidad de las
naciones.
La libertad es una sola
Pero, ¡atención! No crean ustedes a aquellos que dicen que
los liberales creemos solo en la libertad económica y que por la libertad
económica estamos dispuestos a sacrificar la libertad política. Esa es una
calumnia, ese es un infundio y ningún liberal digno de ese nombre, de esa
etiqueta, puede pensar que la libertad es divisible. No, nosotros como Adam
Smith y Karl Popper creemos que la libertad es una sola y que cuando hay
libertad económica, cuando un mercado funciona libremente y cuando hay libertad
política, un sistema donde un individuo es respetado en sus derechos, es cuando
aparece eso que llamamos civilización, una civilización que por una parte
significa prosperidad, niveles de vida decentes para todos, oportunidades para
poder materializar nuestros anhelos y una libertad política que respete
nuestros derechos individuales, una libertad que nos proteja del atropello, del
abuso y que nos permita participar, que nos permita decidir en el
funcionamiento y en la marcha de la sociedad.
Las sociedades que han unido más íntimamente, más
visceralmente, a estas dos caras de la libertad, este anverso y reverso de la
libertad, son las sociedades que están en la vanguardia del desarrollo mundial.
Lo han conseguido no porque tuvieran virtudes superiores a las de los otros
pueblos. Lo ha conseguido porque hicieron suyas esas ideas, esas instituciones,
esas ideas e instituciones que no pertenecen a nadie, que estuvieron siempre ahí,
que fueron una realidad y que en algunas sociedades prendieron más
profundamente, en otras más superficialmente y en otras, desgraciadamente, no
prendieron. Pero nosotros creemos que cualquier pueblo, que cualquier sociedad,
puede hacerlas suyas y puede convertirse también a la cultura de la libertad y
a través de ésta alcanzar el desarrollo, un desarrollo que solo puede ser
político y solo puede ser económico, simultáneamente.
Desde luego que los liberales creemos muchas cosas más, pero
básicamente ese es el denominador común, eso es lo que nos une y ese
denominador común como ustedes ven, de ninguna manera puede ser satanizado en
la forma en que lo está siendo por los enemigos de la libertad. Detrás de esas
campañas contra el “neoliberalismo”, contra el “capitalismo salvaje”, en
realidad lo que hay es un profundo recelo respecto a la libertad; hay eso que
Karl Popper llamaba “el llamado de la tribu”. En realidad, asumir la cultura de
la libertad y renunciar al colectivismo no es fácil porque implica una responsabilidad,
implica asumir una enorme responsabilidad, cuando uno depende enteramente de un
colectivo para ser explicado, para existir, para tener una razón vital. En
cierta forma resulta muy cómodo, hay ahí una oportunidad para abdicar del
esfuerzo y la responsabilidad.
En cambio cuando el individuo es el protagonista, el
individuo también es responsable de lo que le ocurre y hay que asumir esa
responsabilidad y actuar en consecuencia. Hay muchas personas que, por cultura,
por tradición, o por instinto rechazan esa responsabilidad y entonces
sienten el llamado de la tribu, un llamado que está detrás de
todos nosotros por igual, y sucumben a él y entonces resucitan la tribu. La
resucitan a través de la visión marxista de la historia o de cualquier otra
forma colectivista. El marxismo, hoy día, está en extinción, aunque existen
todavía algunos regímenes que se proclaman marxistas, pero hay otras formas de
colectivismo, unos nuevos demonios que están ahí frente a la cultura de la
libertad, desafiándola: Los nacionalismos, esa es otra forma de colectivismo
que pretende explicar, justificar al individuo por su pertenencia a una nación,
o los integrismos religiosos que han cobrado una fuerza muy grande no solamente
en el mundo islámico.
Bueno, pues esa es la batalla, una batalla fundamentalmente
cultural, una batalla intelectual en la que estamos empeñados los liberales.
Veo que me he excedido del tiempo que me había fijado Gerardo Bongiovanni,
ganado por el entusiasmo de la exposición, así que voy a cortar para empezar el
dialogo, pero quiero antes agradecerles una vez más el haber acudido tan
numerosos a esta charla y haberme escuchado con tanta paciencia y cordialidad.
Muchas gracias.